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Mis rituales diarios: un amor que ya no es negociable
Hubo una etapa en mi vida en la que vivía acelerada, saturada, agotada.
Despertaba pensando en todo lo que tenía que hacer… y me dormía igual, con la mente todavía corriendo detrás de pendientes, planes, ideas, deseos.
Era como si el día no tuviera pausas.
Y aunque cumplía con todo —trabajo, metas, responsabilidades—, dentro de mí algo se sentía desconectado.
No sabía que lo que realmente necesitaba no era más tiempo ni más organización, sino presencia.
Poco a poco, el Ayurveda fue llegando a mi vida.
Al inicio como una lectura curiosa, una frase que me hacía sentido, un té que me calmaba, un silencio que me gustaba.
Sin darme cuenta, comencé a abrir un espacio entre tanta prisa.
A observar mi respiración, A despertar con más suavidad, A escucharme.
Y algo empezó a cambiar.. Comencé a sentir el amanecer como un regalo, y no como una obligación.
A percibir cómo la luz de la mañana tenía algo sagrado, algo que me devolvía a mí.
Y comprendí que el Ayurveda no era una teoría antigua, sino una forma de vivir que me enseñaba a honrar cada gesto:
cómo me levanto, cómo me alimento, cómo me hablo.
Con el tiempo, esos gestos se convirtieron en rituales.
No rituales rígidos, sino actos de amor cotidianos que me sostienen, que me recuerdan que la vida se vive desde adentro hacia afuera.
Hoy, esos momentos son mi raíz. Son mi medicina. Mi refugio. Mi manera de cuidar el fuego que me habita.
Trato de no negociarlos, porque sé que cuando los descuido, me pierdo.
Soy humana, y la vida también me mueve, me distrae, me exige.
Pero he aprendido que cada vez que vuelvo a mis rituales, vuelvo a mí. Vuelvo al centro. Y ahí, todo dentro y fuera de mí encuentra su equilibrio otra vez.
Hoy mis mañanas tienen otro ritmo
Ya no salto de la cama con la mente encendida.
Me regalo unos minutos para despertar despacio, para recordar que la vida no empieza cuando abro el correo, sino cuando abro los ojos con gratitud.
A veces simplemente respiro; otras, agradezco en silencio o me quedo unos segundos mirando la luz que entra por la ventana. Es un instante pequeño, pero es mío. Y eso hace toda la diferencia.
He descubierto que no se trata de hacer más, ni de hacer perfecto, sino de hacer con conciencia, conexión.
El Ayurveda me enseñó que los rituales diarios son como hilos invisibles que tejen equilibrio.
No son tareas, son gestos de amor.
Beber agua tibia, sentir el aroma del aceite entre las manos, respirar con calma, comer sin prisa…
Cada uno de ellos me recuerda que estoy viva.
Son esos pequeños momentos los que me devuelven a la tierra, los que me recuerdan quién soy más allá del ruido y las exigencias.
Ellos me enseñaron a cuidar mi energía, a escuchar mi cuerpo, a habitarme con dulzura.
Y cada mañana, cuando el sol empieza a pintar el cielo, vuelvo a sentir lo mismo:
esto es amor.
Comienza por un pequeño ritual
No necesitas hacerlo todo.
Solo elige un gesto que te devuelva a ti misma.
Tal vez una respiración consciente antes de levantarte, un vaso de agua tibia con intención, un minuto de silencio para escuchar tu corazón.
Empieza por ahí.
Lo hermoso es que, cuando un hábito nace del amor y no de la exigencia, florece solo.
Y un día, sin darte cuenta, te descubres viviendo con más calma, más claridad, más liviandad… y más gratitud.
El bienestar no se logra con grandes cambios, sino con pequeñas acciones constantes hechas con presencia.
Porque cuando el cuerpo se siente cuidado, la mente se aquieta;
y cuando la mente descansa, el alma puede brillar.
Cada amanecer vuelve a recordármelo: La vida de renueva cada mañana..y también puedo hacerlo yo.
Que tus días comiencen suaves, conscientes y llenos de amor.
Con cariño,
Romina
