AMOR PROPIO – Mi Viaje Eterno

Aprender a amarme no ha sido un instante mágico ni un camino lineal. Ha sido, y sigue siendo, un proceso en espiral: avanzo, tropiezo y, a menudo, regreso a los mismos lugares, aunque con una mirada distinta. Ese retorno no es un retroceso, sino una oportunidad para integrar lo aprendido y acercarme, con más conciencia, al equilibrio que habita en mí.

Durante mucho tiempo viví atrapada en lo que los demás esperaban de mí, perdida en mis propias inseguridades. Sentía el peso de intentar encajar, cumplir, agradar, responder a las necesidades de mi entorno social y familiar, de sacar adelante a quienes amaba y no fallar en el intento, prisionera de un sistema que parecía pedirme resultados, logros y productividad, como si mi valor dependiera de lo que pudiera dar o demostrar a otros. Buscaba afuera lo que no sabía darme dentro: aprobación y reconocimiento.

En medio de esa exigencia, olvidé escucharme, olvidé mirarme con ternura. No sabía quererme… y quizás ni siquiera me había preguntado qué significaba amarme de verdad. Y en ese olvido también estaba mi cuerpo, al cual, durante años, frente al espejo, juzgaba, comparaba y le hablaba con dureza. No veía belleza, solo carencias.

El Ayurveda llegó como un lenguaje para ese reencuentro. Me recordó que mi cuerpo no era un obstáculo a corregir, sino un hogar a escuchar. Que cada sensación, cada respiración, cada necesidad era una forma de comunicación. Aprendí a nutrirme desde la comprensión y no desde la crítica; a cuidarme desde la ternura y no desde la exigencia.

Amar mi cuerpo fue, quizás, uno de los aprendizajes más desafiantes y transformadores de mi vida.

Hoy, aunque la vida me pida mil cosas a la vez —ser madre, mujer, amiga, guía, sostén—, sé que mi centro es un espacio seguro que siempre me pertenece. Y si alguna vez me alejo, regreso a él, porque ya reconozco el sendero de vuelta hacia mí: lo he transitado tantas veces que se ha convertido en mi refugio.

También aprendí a abrazar con gratitud cada parte de mi historia, porque todo, incluso lo que alguna vez me dolió, me trajo hasta aquí. Entendí que no hay errores que borrar, solo experiencias que me enseñan… así tenía que ser. Todo es perfecto.

Incluso la inseguridad, esa voz que antes me paralizaba, ahora la recibo como parte de mi proceso. La escucho con paciencia y la convierto en maestra: me recuerda que sigo aprendiendo, que sigo creciendo, que estoy viva.

Amarme a mí misma es aceptar que me equivoco, que me canso, que me comparo… y, aun así, merezco amor. Es reconocer que dentro de mí existe una fuente inagotable de amor que me permite volver a levantarme.

El amor propio, lo sé ahora, no es un destino. Es un camino cotidiano. Es mirarme al espejo y encontrar belleza donde antes veía juicio. Es honrar mi cuerpo como un aliado. Es abrazar mi humanidad con paciencia. Es, sobre todo, la valentía de volver a mí, una y otra vez, aunque afuera el mundo intente arrastrarme en otra dirección.

A todas las mujeres

A todas las mujeres que conocí, que conozco y que conoceré…

En cada una de ustedes reconozco mi propia fuerza, mi vulnerabilidad y mi esperanza. Somos un mismo espejo: aprendemos, caemos, nos levantamos y seguimos brillando. Que nunca olvidemos que ya somos suficiente, exactamente como somos.

A mi hija

Dentro de ti habita una luz sagrada, una belleza que trasciende formas y que nadie podrá arrebatarte. Que aprendas a contemplarte con los ojos de la compasión, incluso en los días nublados, y a recordar siempre que tu mayor propósito no es demostrar nada al mundo, sino permanecer fiel a tu esencia, a ese fuego interior que te guía. Y, si alguna vez dudas de ti, vuelve a tu corazón: ahí siempre encontrarás la respuesta.

Similar Posts

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *